lunes, 17 de diciembre de 2012

Viaje en cuatro ruedas

Debe ser la segunda o tercera vez en mi vida que me subo a un auto con personas ajenas a mi familia directa para viajar más de doscientos o trescientos kilómetros. (bueno quízá ése dato se puede discutir ... pero se siente así emocionalmente).
El sábado por la tarde nos juntamos entre Metro Santa Lucía y Universidad de Chile, donde él estacionó su auto durante una cata de vinos. Venía emocionado por conocer a un escritor y guionista de una película de su total admiración. Lina, atrás con cara de cansadita, pero tranquila de verme. Comenzamos por una ruta que normalmente no veo. Probablemente viajáramos en parte por ella en 2009 cuando fui al matrimonio de mis primos en La Serena, junto a V., mi prima.
El destino era Pichicuy o Los Molles. El viaje fue una seguidilla de conversaciones entrevesadas, preguntas, curiosidades resueltas. Preguntas cabronas un rato, pimpón de copuchas. Sugerencias de lo que podría o no podría pasar en el momento en que nos quedaramos a solas.
Llegados a Pichicuy, la playa, la naturaleza del lugar es hermosa. Sin embargo es una caleta o un poblado sin muchas pretensiones, bastante pequeño y a C.M. no le gustó. Nos dirijimos entonces cinco o siete kilómetros al norte, a los Molles. Allí, exigí que nos detuviéramos pues mi vejiga no daba más. Entré a un baño público cerca de una improvisada caleta, y luego pregunté acerca de arriendo de cabañas en un puesto de empanadas.
Me indicaron amablemente que tenían una, un poco más allá, fuimos a verla y era bastante agradable a un precio razonable. Cerramos el trato y nos quedamos. Hicimos la cama con las sábanas que nos facilitó la sra. A. y me eché a descansar. El calor, con una botella de agua en el cuerpo, y la ansiedad me tenían exhausta.
C.M. me preguntó si quería ver la puesta de sol, debían ser las siete u ocho, y la verdad no. No tenía ganas de salir, ni de moverme fuera de la cabaña. Tenía ganas infinitas de querer y ser acariciada. Él se resistió menos de cinco minutos, casi como para establecer que era mi decisión no salir. Me dio lo mismo. Lina insistió bastante en subirse a la cama con nosotros. Durante toda la noche no tuvo permiso. Nos conocimos mejor, nos tocamos rico, y conversamos infinitas menudencias de un discurso pendiente cuando comienza el proceso de reconocer a una persona. En la mañana desperté al baño y a tomar uno de mis remedios en ayunas. Escuché a Lina llorar en la pieza del lado, con la puerta cerrada y no pude resistirlo. Le abrí la puerta para que saliera. Cuando intentó entrar en el baño conmigo le expliqué que esa confianza no se la daría. Para ser una perra entiende perfectamente lo que uno le dice o le pide. Cuando volví a descansar, ella ocupaba casi la mitad de la cama al lado de C.M. Me enterneció. Son como hermanos. Es claramente muy distinto no tener hermanos en la vida.
Desayunamos unos panes de zapallo y otros integrales con mermelada y paté que trajímos a medias  (yo la mermelada, él el paté y los panes) Nos quedaba algo de agua con sabor, y bueno, vino, pero no era un desayunable el vino... aunque rico por cierto.
Ordenamos la cabaña y ella, la gloriosa se hizo en un rincón. Yo no me enteré hasta después, porque C.M. intentó que no me diera cuenta. Loco. ¡Qué importa! No es como que ella pudiera abrir la puerta y bajar, y nosotros no nos dimos cuenta de que lloraba para ir afuera. Fui a devolver las llaves de la cabaña a la sra. A., y terminamos de cargar. Ahí emprendimos camino hacia más norte, a Pichidangui. Balsa pequeña. Es un lugar un poco más grande y bonito, y me invitó a almorzar a un restaurante llamado "El nautilus". Donde se me ha ocurrido escoger la sugerencia de la casa... deliciosa y enorme a la vez.
Claramente salí rodando de ahi. Cruzamos a la vereda del frente y entramos en una feria de artesanías ubicada camino de la playa y el embarcadero. Me compré unos aros, de los cuales tengo uno extraviado y espero no para siempre. Y un magneto de cerámica para mi abuela. Él se dedicó a tratar con la ceramista para que le preparen un cartel para su casa de la playa.
Eso duró un buen rato. La ceramista una mujer de Barcelona nos trató gentilmente.
De ahí fui a meter mis pies al mar, unos segundos, y luego volvimos a tomar un café de grano antes de partir con el manejo de vuelta.
El camino escogido esta vez fue la ruta de la playa. Pasamos por Papudo, y la verdad algunas cosas siguen iguales a veinticinco años atrás, cuando fui con mis tíos y primos. Me imagino que él iba bien, se le veía feliz y receptivo. Yo iba exultante. Nos bajamos a comprar dulces en Papudo y seguimos camino. Llegamos a Viña pasadas las diez y cuarto. A esas horas ya no tendría opción de bus, así que llamé a D. (mi hermana), y me fui a esperarla a casa de mi abuela. Subí a saludarla, le conté lo breve, saludé a mi tía. Le regalé el imán para el refrigerador. Fuertes abrazos, y luego D. me pidió que guardara su ropa limpia mientras ella guardaba la bici. Bajamos con la carga de ropa, y le presente D. a C.M. Ella se fue con Lina en el asiento de atrás. y como si nunca hubieramos sido amigas, la perra infame se hizo tan amiga de mi querida hermana. Se acurrucó junto a ella y se dejó hacer cariño en el viaje a la casa de una amiga de ella y luego a Valparaíso.
Los besos de despedida fueron medidos, a él le bajó toda la timidez o pudor que mi hermana estuviera a metros, y bueno, tendrá que superarlo eventualmente.... no lo sé. Subí con mis cosas, me instalé en la pieza de mi hermana, me duché y conversamos hasta eso de las dos. Hoy a las cinco sonó el despertador y a las seis bajé en un colectivo al rodoviario de Valparaíso a tomar un bus a Santiago. Pagué una diferencia por cambiar un pasaje de Viña a Santiago por otro de Valparaíso a Santiago, y volví al trabajo de jeans, crocks y ropa callejera, con la sonrisa pintada pero de una informalidad impresentable. Y por una vez, no me importa. Nada. Claro obvio que hay temas por resolver, hay conversaciones pendientes. No quiero que esto sea un inicio acortado.
Pero tengo la sensación de que esto no es así algo tan light... no sé si es algo definitivo, lo dudo. No lo dudo en términos definitivos, sino que tengo la duda razonable. Tengo esas ganas alojadas en los brazos de abrazar. De esconder mi nariz en un cuello con olor a hombre. En su cuello. De compartir mi espacio con una mascota que se jura que soy su esclava y por lo tanto yo la debo servir a ella y seguirla en sus aventuras, y compartir mi cama.
El viernes el almuerzo del trabajo estuvo bien. Después de felicitar a varios y de elegir rey y reina, bailamos. Se dio la ocasión de conversar con T. y le pregunté si recordaba a C.M. claro que lo recordaba e incluso le envió saludos. Me preguntó si pinché con él, si habíamos pololeado y yo no, no, solo hemos salido. Probablemente la respuesta hoy sería algo más ambigua y un tanto distinta. Me gozo en ese silencio rico. Me gozo en esa resonancia de caricias en el cuerpo, en la oreja, el ruido del mar golpeando la orilla a lo lejos, que acompaña por unos días después del paseo. Veremos qué pasa.
Y mi salud: perfecta. Y mis ojos: brillantes. Y mi pelo, lavado ayer por la mañana: indecentemente expuesto a la vida, pero revelando esa libertad del encuentro ¿furtivo?
Besos a todos, especialmente a Lina y C.M.,
B.S.S.

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